Cuenta Cuentos

En esta sección usted podrá leer creaciones literarias de mi época colegial (1998-2000)

RISA AJENA


Su cara reflejada en el lavador y el peine desenredando sus grandes mechas hacían sentir a Piedad alguien importante

Cuando el páramo pasaba, su chalina la envolvía y su sombrero la acompañaban a su gran palacio; el blanco reluciente, las camillas y medicinas eran su tesoro.

Con la espalda ya encorvada y su sonrisa esquiva, ella nunca estaba ausente de los pasillos; su soledad la había convertido en un alma desdichada… sus únicos compañeros eran los enfermos.

Su felicidad y éxtasis por el dolor ajeno poco a poco la fueron secando hasta perderse en el olvido de una habitación sin fin.

Ahora cuando el páramo calma una risa sádica se escucha entre el dolor de la gente, pero cuando uno se vira solo escucha el silencio impregnado en el solitario hospital.

GOTA A GOTA

El boticario lo blanqueaba con flor imperial y sus manos callosas esquivando el candil retiraban el dinero.

Gritos y golpes quebrantaban la paz del cuarto. Jacinto, un poco mareado y en la oscuridad de ese conventillo, tropezaba en la grada destruyendo la baranda, y en unos segundos su cuerpo se estrellaba contra el tapial.

Ser un desconocido en la capital fue su desgracia. En ese momento descansaba cual si fuera un adoquín más de la calle. Al verlo el boticario, con más miedo que tristeza, se apresuró y lo metió en un baúl de medicamentos y lo embarcó en un bus con destino a su tierra. Jacinto nunca pensó que descansaría, cual si fuera un insecto de colección en una caja de fósforos.

En el pueblo, las lágrimas de sus hijas caían gota a gota sobre el ataúd. Las flores de tela y los mantos de las lloronas dificultaban la visión al menor de sus hijos, Saúl, quien no podía ver la figura de su padre. Lo único que miraba era ese insistente goteo de un líquido amarillento a través de las trizaduras de la caja, donde ya por tres días descansaba para siempre Jacinto.


Hace poco observé al pequeño Saúl, trabajando en una mecánica, siempre debajo de los autos, cambiándoles el aceite que cae gota a gota como el que chorreaba del ataúd de su padre; solo que ahora los líquidos le parecen cada vez más espesos…